Ansiedad: Cuando tenemos miedo al miedo

La ansiedad es uno de los malestares contemporáneos más frecuentes. Se presenta como una inquietud persistente, un sobresalto interno, una sensación de amenaza que no se puede nombrar del todo. Desde un punto de vista psicoanalítico, podría decirse que la ansiedad aparece cuando el miedo pierde su objeto: es el miedo que ya no sabe a qué le teme.

Freud distinguía entre el temor (dirigido a un peligro concreto), la angustia (un estado de expectativa ante un peligro desconocido) y el pánico (la irrupción masiva de esa angustia). En cambio, la ansiedad que vivimos hoy muchas veces toma la forma de un miedo al miedo mismo, una alarma interna que sigue sonando incluso cuando no hay incendio.

El origen perdido del miedo

En muchas personas, el miedo no desaparece: se desconecta de su fuente. La experiencia puede nacer de eventos pasados, tensiones internas, pérdidas, conflictos inconscientes o situaciones que fueron vividas como abrumadoras, pero que no pudieron ser pensadas ni simbolizadas en su momento.

Cuando la mente no logra dar significado a algo, no lo metaboliza; simplemente lo almacena. Así, el miedo queda desanclado: sin historia clara, sin una narrativa que lo contenga, sin palabras que lo nombren. Lo que se conserva no es el recuerdo, sino las sensaciones corporales y afectivas que acompañaron ese miedo original:

  • palpitaciones

  • tensión muscular

  • dificultad para respirar

  • inquietud constante

  • anticipación catastrófica

  • necesidad urgente de control

  • sensación de amenaza inminente

En términos de Bion, podríamos decir que la emoción no transformada se queda en estado bruto —sin función alfa que la vuelva pensable—, circulando dentro del aparato psíquico como un contenido que no se puede elaborar.

Cuando el miedo se vuelve miedo al miedo

Cuando esas sensaciones reaparecen sin un desencadenante evidente, la persona comienza a temerlas a ellas mismas. La ansiedad se convierte entonces en un círculo:

  1. Surge una sensación corporal (latido, tensión, nudo en el estómago).

  2. La persona interpreta ese signo como peligro.

  3. Ese peligro reactiva el miedo original, aunque desconectado.

  4. El cuerpo intensifica la respuesta.

  5. Aparece el miedo a que vuelva a aparecer el miedo.

Aquí ya no es el mundo externo el que amenaza, sino la propia experiencia emocional interna. El sujeto se vuelve vigilante de sí mismo, temiendo la irrupción de algo que no puede comprender.

La ruptura entre sensación y significado

Desde lo psicoanalítico, la ansiedad es un testimonio de un vínculo roto entre lo que sentimos y lo que podemos pensar de aquello que sentimos. No hay simbolización suficiente. No hay palabras que acompañen la vivencia.

Winnicott situaría este fenómeno en la dificultad para sentirse sostenido por un ambiente que ayude a integrar lo que ocurre internamente. Cuando el entorno temprano no pudo contener ciertas experiencias —ya sea por ausencia, tensión, o sobreestimulación—, esas vivencias quedan aisladas, fragmentadas.

La ansiedad es, entonces, la huella de un pasado no digerido, que se manifiesta en el presente como un conjunto de sensaciones sueltas, sin relato.

El cuerpo como portavoz de lo que la mente no logra decir

Cuando la palabra falla, el cuerpo habla.
La ansiedad es ese lenguaje corporal de lo no representado.

No es que la persona “exagere” o “imagina cosas”; al contrario, está sintiendo demasiado porque está pensando muy poco sobre aquello que siente, no por incapacidad, sino porque la experiencia no tuvo en su momento un acompañamiento simbólico que permitiera metabolizarla.

Por eso, el miedo sin origen funciona como un mensaje:
“Hay algo dentro de ti que necesita ser pensado.”

Reconectar el miedo con su historia

El trabajo terapéutico consiste en ir recuperando esa narrativa extraviada. La psicoterapia psicoanalítica no busca eliminar el miedo, sino comprenderlo: rastrear su lógica, deshacer sus nudos, devolverle su origen.

El miedo deja de ser miedo al miedo cuando vuelve a tener un objeto, una historia, una forma. La persona empieza a diferenciar:

  • qué siente,

  • por qué lo siente,

  • qué lo detona,

  • qué de ese miedo pertenece al pasado

  • y qué a la situación presente.

Cuando eso sucede, la ansiedad deja de dominar y se convierte en una señal más integrada dentro de la vida emocional del sujeto. No desaparece de la noche a la mañana, pero pierde su carácter caótico y persecutorio.

Pensar el miedo es volver a habitarse

Al darle palabra al miedo, regresamos a nosotros mismos.
El psicoanálisis entiende que vivir es estar expuestos a incertidumbres, pérdidas y conflictos. Pero también confía en que el aparato psíquico, cuando está acompañado, puede transformar esas experiencias.

La ansiedad deja de ser ese monstruo sin forma cuando el sujeto logra decir:
“Esto que siento tiene una historia. Y ahora puedo pensarla.”

En lugar de tener miedo al miedo, aparece la posibilidad de comprenderlo, abordarlo, y finalmente acompañarlo como parte de la vida emocional, no como una amenaza.

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