Oía a lo lejos, murmuros, sollozos; evidentemente era algo sufriente, no paraban las lamentaciones. No le daba mayor importancia, quise distraerme buscando algo que hacer, quise simplemente ignorar aquella imagen mental de alguien atormentado.
Lamentablemente me fue imposible, cada noche mientras todo estaba obscuro, mientras todos conciliaban el sueño, yo volvía a escuchar aquello que durante ya varias noches lo escuchaba, y se acercaba con cada minuto más y más, después ya no sólo era audible, ahora era también perceptible. Empecé a sentir lo que imaginaba que aquella cosa sentía, eso sin nombre ni forma.
Pasaron los días, quise e intenté con todas mis fuerzas olvidar esas sensaciones que poco a poco invadían mi ser, así que asustado comencé a emprender proyectos, llenándome la cabeza con actividades interminables, buscando empujar esos recuerdos con tanta cosa por hacer. Fue inútil. Volvió cada noche justo a la hora de dormir, cuando ya no podía hacer nada, más que querer silenciar mi cerebro, en ese instante aparecían los lamentos, mis lamentos, mi tristeza. Ya era mío, no sé cómo.
Empeoró con el tiempo, ya no sólo me atacaba por las noches, ahora mientras trabajaba, mientras veía por la ventana, mientras desayunaba, cuando viajaba en metro, sentado en el parque, leyendo un libro, cuando me duchaba, a cada instante.
Se apoderó completamente de mí, esa cosa extraña ahora era yo.
Oscureció mi mirada y todo lo que veía, nubló mis pensamientos, los retorció. Me sentía ahora un monstruo, una cosa vacía y llena a la vez de cosas horribles, de sentimientos intolerables. Me perdí, empecé a aislarme de la gente, empecé a dejar los proyectos emprendidos, los odiaba, odiaba a todos, no me toleraban ni yo a ellos. Dejé de ser totalmente lo que era.
La depresión poseyó mi ser. Soy la depresión.
Lic. Brenda Martínez
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