En términos biológicos crecer es un fenómeno que difícilmente se pondrá a decisión del organismo que vive. En la naturaleza crecemos sin que se nos pida permiso, es la ley de la vida. Sin embargo, el ser humano entre una de sus tantas particularidades, tiene pautas y tiempos esperados para ver eso que llamamos con el término de crecer, madurar, realizarse, entre un sinfín de conceptos que podemos repensar juntos aunque no es la finalidad principal de este escrito.
Crecer refiere a una expectativa social que hemos dotado de normalidad. Es decir, se espera que todos, en determinado momento de la vida, nos comportemos de cierta forma, trabajemos en algo y nos convirtamos en “exitosas” personas que pueden tomar decisiones etc. Estas expectativas o solicitudes sociales, tienen como objetivo ayudarnos a conformar nuestra comunidad y relación con los otros, así como poder llevar nuestra vida.
Un adolescente no siempre lo tiene en claro, ya que su confrontación con lo verdadero y lo falso de sus propias creencias y sus identificaciones se ven en reconstrucción, por lo que es esperado que ellos tengan repetidos intentos por desmentir al adulto y desenvolverse desde sus “propias” construcciones ideologías. Comportamiento que llega a preocupar a los padres e incluso alarmarse tanto que se preguntan sobre su propia capacidad de crianza, etc.
Parece que en los últimos años nuestros adolescentes no quieren crecer, es un fenómeno que hay que trabajar con mucha delicadeza y profundidad, pero me detendré en una reflexión que me parece fundamental.
Hace unos meses leí una conferencia conformada por dos jornadas de estudios dedicadas a la crisis de la adolescencia en la que participan Octave Mannoni entre otros psicoanalistas, en la que Mannoni puntualiza el problema de identificación actual de los adolescentes debido a las sugerencias del adulto con respecto a sus propias experiencias profesionales o de oficio.
Me tocó fuerte este señalamiento y me di a la tarea de reflexionar sobre esto que como adultos logramos transmitir de nuestras propias vidas. No es nuevo que un adulto se limite a tener un trabajo “godínez” porque necesita un empleo, a pesar de que sus sueños y expectativas se encontraban en otro lugar. Si bien es verdad que un sistema social puede rebasarnos al momento de tomar una decisión como esta, me parece que no es lo único que conforma la vida de un adulto y a veces se nos olvida que existen otros aspectos de la adultez que también son importantes y que nos pueden dar alegría, como por ejemplo, los pasatiempos, los amigos, la familia, las relaciones sexuales, el amor propio, la vida misma, y en ella esas singularidades de disfrutar.
Tal vez, nuestros adolescentes están asustados de llegar a una vida de adulto que perciben avasallante, pues no paran de ver adultos inconformes, angustiados, perdidos o deprimidos. Adultos que no se encuentran genuinamente felices con su propio crecimiento y que dificulta que un joven pueda tomar esas figuras como ideales que le ayuden a construir su camino y madurar.
Desde la teoría psicoanalítica no existen manuales que nos digan qué hacer y qué no hacer ante los diferentes retos a los que los adultos nos enfrentamos como padres, maestros, psicólogos, tíos, abuelos, psicoanalistas mismos, etc., aunque sin duda, profundizar en la propia existencia y la forma de llevar nuestra vida y con ella nuestros placeres, cabe apostar en que será una forma de fortalecer el acompañamiento que nos toca hacer frente a un joven que no ha vivido lo mismo, que tienen el derecho a asustarse y frenar ante lo aterrador.
¿Cómo vivo mi adultez? ¿la esperaba? ¿se parece a lo que soñé? ¿puedo hacer algo para disfrutar de mis responsabilidades y ventajas? ¿a qué me confronta crecer? Son algunas de las preguntas que seguramente servirán de apoyo para conectarse a la experiencia de pensar lo que vivimos y transmitimos, convirtiéndonos en figuras que ayuden a esas generaciones a pensar y trazar su propio futuro.
Yeneiri Alonso Reyes
Psicoterapeuta psicoanalítica en Psipre
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