Como padres es fácil querer que tu hijo no sufra; y no tan sólo eso, también queremos que sean felices. Para muchos de nosotros el asegurar que la infancia de nuestros hijos sea feliz es garantizarles una buena vida, pensando que este inicio de ella trascurra resguardado de los sufrimientos de la adultez. Hacemos un esfuerzo por preservar la inocencia, la magia y la ilusión infantil; a veces incluso negando una realidad que atraviesa la familia, una dificultad que tiene nuestro hijo o evitando involucrarlo en tragedias familiares.
Es fácil concluir que nuestro hijo será feliz cuando no tenga conflictos y por esto se los ahorramos. Sin embargo, dejar que el niño sufra (no a modo sádico)las dificultades naturales que le tocó atravesar, es mayor garantía que su vida adulta pueda transcurrir con bienestar, a pesar de los sufrimientos que ella conlleva. El perder, el caer, errar, atravesar un obstáculo o reto grande, son partes no sólo inevitables sino también indispensables en la vida para que ésta sea completa; para que pueda ser vivida con profundidad, aprendizaje y consciencia de existencia.
El psicoanálisis muestra que los sufrimientos de la vida adulta, en su mayoría, son repeticiones de sufrimientos más tempranos. Un sufrimiento temprano no asimilado, trabajado o, por decirlo de otra forma, sanado, se repetirá hasta encontrar su cicatrización. El evitar a los niños el sufrimiento es no permitirles sanar y cicatrizar su herida; ni aprender a hacerlo con otras heridas.
Por lo tanto como padres nuestra función, más que protegerlos de los sufrimientos de la vida, es acompañarlos y enseñarles a entenderlos, expresarlos y sobrepasarlos. De esta forma los preparamos y les acompañamos en su crecimiento y fortalecimiento emocional que les permitirá disfrutar la vida con toda su sal y pimienta.
Lic. Cristina Kennington
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