
El
convertirse en padre no sólo involucra
el hecho de tener un hijo, sino de enfrentarse con uno mismo, inclusive con un
nuevo “yo” y, de reencontrar aquello que uno ha recibido de sus propios padres,
que, a su vez, lo transmitirá a sus
hijos. La metáfora “el árbol de la vida”, propuesta por Serge Lebovici, permite
comprender el hilo de la transmisión entre las generaciones y
también la construcción de la personalidad del niño influida por los
familiares. Así, la estructura personal del niño incluye su historia, la de sus
padres y la de sus abuelos, y el reconocimiento de su propio temperamento.
Por lo anterior, es que es tan importante los primeros años de vida de los
niños, para crear fuertes “pilares” de su salud mental, mediante los lazos
afectivos que cree con sus familiares, sobre todo con sus padres. Además, que
hacerlo parte de una familia, en donde ocupa un lugar importante genera un
sentimiento de pertenencia necesario para el desarrollo de habilidades sociales
y de la concepción de sí mismo dentro de una realidad.
Mientras exista una mayor conciencia de nuestra historia como padres, de lo que vivimos, de cómo fue nuestra infancia, más fácil es poder discernir qué es lo que vamos a transmitirles a nuestros hijos. Si no se tiene conocimiento de esto, hay una transmisión inevitable de mucho de lo aprendido y vivido en nuestra propia infancia, que en algunas ocasiones, puede ser de carácter conflictivo. Además, darle lugar al ejercicio del autoconocimiento ayuda a generar en nuestros hijos también la autorreflexión, que es la clave de la salud mental.