Una madre deseaba que su hijo fuera un matemático prominente, porque la comunidad en la que vivían los matemáticos eran los más respetados y valorados. Al cumplir 5 años el niño ya había estado en clases y sesiones de estimulación temprana.
La madre estaba muy orgullosa de sus esfuerzos hacia su objetivo, que el niño fuera feliz, llegando a ser respetado y valorado.
Al entrar a la primaria, en las primeras dos semanas se da cuenta que a pesar de su esfuerzo constante e inagotable entrega, su hijo no era más que un poco más dotado para las matemáticas que los demás. Se vio un poco desalentada pero no dejó a un lado su objetivo que desde hace tiempo contemplaba.
Su hijo sería feliz aunque ella tuviera que gastar sus ahorros en clases y estimulación. ¡Que felicidad le daba cada vez que veía a su hijo salir de las clases de apoyo o estudiar por las noches! Él sería feliz. Ella lo lograría.
Llegó la secundaria y desde luego era destacado por su habilidad, al terminar le ofrecieron beca en la preparatoria, y así también en la facultad. Físico matemático, madre siempre sonriendo detrás de su hijo, feliz de ver sus logros. Ella siempre acompañándolo en sus noches de desvelo con café, cobija o limonada.
¡Por fin el día de su graduación! Graduado con honores, excelente promedio, su madre no cabía de orgullo y felicidad. “Hijo mío, por fin serás el más respetado de la comunidad y por consecuencia feliz.”
“Madre más deseabas que yo fuera matemático, más trabajabas por lograrlo, más preocupada por mi futuro, menos me reconocías por quien era, menos me llegaste a conocer, menos me amaste; mientras yo más preocupado por ganarme tu amor y aprobación, más me esforzaba por ser quien no soy, más infeliz fui y soy; y como podrás ver aprendí bien las matemáticas”.
Lic. Cristina Kennington Westmark / lic_cristina@psicologosmonterrey.com.mx
Directora y Psicoterapeuta de Psipre S.C.