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El espacio que comparto frente a la pantalla

Agotamiento por  Videoconferencias en tiempos de Pandemia.

¿Qué tan cansado es la interacción mediante las videollamadas?, ¿Cuanta falta hace la presencia de la otra persona para sentirse realmente “conectados”?

Desde el golpe de la pandemia del Covid-19, estamos en video llamadas más que nunca antes. Juntas de trabajo, reuniones familiares y de amigos, hasta relacionarte con tu pareja mediante este medio.

Estar en videollamada requiere de mayor concentración y atención a diferencia de una conversación frente a frente, pues tenemos que trabajar más duro para procesar señales no verbales como las expresiones faciales, el tono, etc; prestar más atención a esto consume mucha energía.

“Nuestras mentes están juntas cuando nuestros cuerpos sienten que no lo estamos. Esa disonancia, que hace que la gente tenga sentimientos conflictivos, es agotadora. No puedes relajarte en la conversación de forma natural” –Gianpiero Petriglieri-

También tiene sus beneficios pues hay más atención hacia la voz, al mensaje en sí, pues se deja de lado la atención al lenguaje físico no verbal. El reconectar con personas con  las que hace mucho no se tenía contacto es otro gran beneficio, sin embargo, ¿por qué antes de la pandemia recurrimos moderadamente a este medio?

Quizás tengan que ver los retrasos antes de conectarte a la videollamada, los fallos en la conexión en la red, no activar la cámara o desactivar el sonido… ¿en qué sentido pueden impactar estos factores?

La conversación se ve modificada por factores externos como los antes mencionados. Esto pudo provocar que se percibiera a la persona como menos amigable, menos concentrado o carente de  deseo por estar en la reunión. 

El silencio es otro gran desafió que se añade. Normalmente el silencio forma parte de esos espacios de descanso verbal donde probablemente hubiera alguna interacción en lo visual, dotando de vida y de un ritmo natural a la conversación, pero  ¿qué sucede cuando esto pasa en una videollamada? De cierta forma se crea un espacio “incómodo” donde se activa la ansiedad por la tecnología y el impedimento que implica en la charla, dejando huecos en los que seguramente nuestra mente los llena con pensamientos como: “tal vez ya se aburrió”, “¿cambio el tema?”, “¿estará haciendo algo más?”, etc.  A esto se le añaden factores previos en la convivencia como el estrés laboral o conflictos personales entre los participantes.

Un estudio realizado en 2014 por académicos alemanes mostró que los retrasos en el teléfono o en los sistemas de conferencias moldearon negativamente nuestra visión de la gente: incluso los retrasos de uno o dos segundos hicieron que la gente percibiera al que respondía como menos amigable o centrado.

El que la videollamada cuente con una pequeña cámara frontal  donde podemos colocar la mirada hacia nuestra propia interacción con otra persona, de cierta forma nos hace ser conscientes que estamos siendo observados, lo que detona una presión social y la sensación de “actuar” de cierta manera, haciéndolo aún más estresante que una conversación normal. 

Por otro lado, no es común interactuar mientras nos observamos y esto también nos confronta con la auto mirada, donde descubrimos qué tanto nos incomoda el fijar los ojos en nuestros gestos y movimientos, así como el darnos cuenta de qué tan críticos somos con nosotros mismos.

A pesar de que las video llamadas por sí solas vienen con estresantes adicionales, nuestra fatiga no sólo puede ser atribuida únicamente a eso. Nuestras circunstancias actuales, ya sea  el encierro, la cuarentena, el trabajo en casa o cualquier otra cosa, también lo alimentan.

Otro factor que contribuye a ello puede ser el hecho de que nos sintamos obligados a tomar estas llamadas, o el recordatorio de estar lejos de esas personas si es que son familiares o amigos. Es la angustia de saber que al tener estas “juntas” nos confronta con la idea de que realmente deberíamos estar juntos en el lugar de trabajo, o en el café o el bar.

De cierta forma todos vivimos este agotamiento de vernos interrumpidos en nuestras actividades rutinarias durante la pandemia.

También está el hecho en que previo a esta situación nuestras vidas laborales y personales permanecían diferenciadas tanto en lo físico (lugar de trabajo o lugar de esparcimiento) como en el tiempo- espacio. Teníamos una rutina laboral donde al terminarla podía haber tiempo para ver a los amigos o convivir con la familia. Hoy en día todo esto se vive en un mismo espacio al mismo tiempo. Estamos conociendo qué hace papá al irse a trabajar, qué hace mamá al quedarse en casa, con quiénes se junta mi hermano y cómo se relaciona mi hermana, así como dejarles ver a mis familiares quien soy en los distintos roles que funjo en mi vida día a día.

Esto también nos da para pensar en que de cierta forma estamos dejando entrar a nuestro jefe y compañeros de trabajo, así como a nuestros amigos y pareja a nuestra casa, nuestro espacio personal; y del mismo modo nosotros entrar en el de ellos. 

¿Qué tan invadidos nos sentimos con esto? Al no ser una situación cotidiana resulta algo extraño. Es como si fuéramos al bar con nuestros amigos y en el mismo bar tuviéramos juntas con el jefe, conviviendo con mamá a un lado. ¿No es raro?

Estamos confinados en nuestro propio espacio personal, donde la única ventana resulta el monitor de la computadora o la pantalla del celular. No tendría nada de raro el que por primera vez en mucho tiempo no quisiéramos estar cerca de lo tecnológico y simplemente dormir, leer o armar un rompecabezas.

Y al final de todo, este nuevo adecuamiento en la forma de relacionarnos es bastante cansado, angustiante y, por qué no, raro. 

No importa si le llamas “Fiesta virtual” con tus  amigos, al final es una herramienta que se utiliza regularmente en tu trabajo pues no se acostumbra carecer del contacto físico de aquellos a los que frecuentamos.

“A la gente le gusta ver la televisión porque puedes permitir que tu mente deambule pero una videollamada grupal – es como si estuvieras viendo la televisión y la televisión te estuviera mirando a ti”. –Gianpiero Petriglieri-

De cierta forma se pierde la individualidad al estar “perdido” en esos pequeños cuadros de la videollamada, lo que con el tiempo pierde  la sensación de sentirse como tiempo de ocio.

En algunos casos vale la pena considerar la videollamada como el medio más eficiente para permanecer “conectados”; sin embargo limitar su uso , comprender  que el encendido de la cámara es opcional, evitar la sobrecarga de información laboral por este medio y tomarse un tiempo entre reuniones, son factores que podrían ayudar a reducir la fatiga y ayudar a una mayor concentración. 

Estos tiempos fuera son necesarios no solamente para el descanso entre reuniones, sino como períodos de transición entre las reuniones y nuestra identidad laboral para pasar a otra a medida que nos movemos entre el trabajo y la vida personal.

 

Psic. Fernanda Cárdenas

Atención a niños, adolescentes y adultos.

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