Cuando era adolescente pensé en estudiar psicología por querer ayudar a las personas. Realmente no tenía idea de cómo los ayudaría ni cómo sería eso. Probablemente haya sido solo la idea reinante que había y hay de lo que hace un psicólogo. Probablemente muchos de nosotros estudiamos por eso. Actualmente ya no podemos darnos ese lujo de seguir solo con ese argumento. ¿Por qué alguien decide trabajar con el sufrimiento de otros?, ¿nuestra labor es paliar ese sufrimiento? Tal vez pecabamos de inocentes e ignorantes (al menos yo sí) de no saber qué es lo que aprendía y de qué manera en la carrera. En la facultad no solo se exploran teorías, técnicas y conocimientos diversos, también se instauran posturas ideológicas sobre cómo y cuál es nuestro rol. No nos damos cuenta mayormente de esto, nos lo tragamos como algo natural. El psicólogo es quien ayuda a las personas, incluso que arreglamos problemas, que los problemas lo tienen las personas, o los papás sin son pacientes infantiles (o “pacientitos”, como también trasmiten que se les diga a los niños), o que lo tiene las series de hoy por eso del adolescente “se deja influenciar”. En re(-sumidas) cuentas, el problema lo tiene el individuo. Aplícale una técnica para que pueda verse en el espejo y quererse; dile a los papás que si ellos no mejoran el niño no mejorará; recomiendale al adolescente otras series más saludables. No sé a ustedes, pero esto me hace preguntarme mucho sobre qué papel nos han transmitido sobre el oficio del psicólogo.
El mejor regalo (si algo de eso debería haber) que nos debemos de dar es un día para repensar cómo estamos ejerciendo nuestro rol como psicólogos en la sociedad. Todavía pienso que es una actividad muy distinta que otras. Privilegiada hasta un punto y por lo tanto propensa a que personas abusen de este lugar para vender. Vuelvo a la ignorancia y/o inocencia que al mismo tiempo no justifica nada: ¿por qué los psicólogos no denunciamos las prácticas poco éticas, improvisadas, como alguna vez escuché, por “taparle el ojo al macho”, que se nos piden hacer en algunas instituciones gubernamentales?, ¿por qué los psicólogos de la empresa solapamos las irregularidades y tratamos de minimizar los malestares de los empleados dándoles cursos o talleres que son poco efectivos o de corto alcance?, ¿por qué creemos que la mejor manera de ayudar es poner un consultorio?, ¿por qué los psicólogos nos adaptamos a lo que un colegio pide para mayor rendimiento de los alumnos?, ¿por qué los psicólogos permitimos que dirijan nuestra práctica por una institución que es contraria y contraproducente a lo que tenemos convicción?, ¿es por incomodidad?, ¿por no querer cuestionar?, ¿por no saber cómo sostener una postura?, ¿por no tener una?
Viéndolo así, entonces somos parte y productores de los mismos problemas que queremos resolver. Con buena fe muchos, sin duda. ¿Alguna vez estaremos exentos de algo así? Yo creo que nunca, pero no por eso nos quita la responsabilidad de estar cuestionando constantemente nuestro PROPIO quehacer. A veces pasamos más tiempo criticando a los otros y dejamos que la propia viga en nuestros ojos nos nuble la vista ¡y hasta nos acomodamos en ella!
La respuesta que hasta ahora me doy del porqué trabajar con cierto sufrimiento de otros, es porque ahí hay posibilidad de denuncia. El malestar “individual” es una denuncia no sólo de que un sujeto no tuvo una “madre suficientemente buena”, de que sus pulsiones no han encontrado un mejor cauce para la realidad que lo circunscribe y su yo, sino también denuncia que vivimos en una sociedad que produce sufrimiento. Ante eso, como psicólogos no podemos ser cómplices si realmente estamos al servicio de la humanidad.