A lo largo de mi formación como psicóloga, he escuchado observaciones como «a mí me pegaron y no estoy traumado», «si no le pego no entiende», «es que parece que le gusta porque me hace enojar a propósito», «es que él se lo gana», «yo no entendía de otra forma más que a golpes», «todos necesitamos un buen golpe a tiempo», entre muchos comentarios más que hablan de sus propias experiencias e ideologías, las cuales respeto y tomo prestadas para reflexionarlas.
Algunos adultos, en el intento de propiciar el crecimiento y desarrollo en los pequeños, recurren a los golpes como medio de intervención para disciplinar, decidiéndolo como un método que, aunque perjudica, beneficia. Algunos sentimientos como la certeza de que es la mejor forma o la impotencia para sobrellevar una problemática, la preocupación desbordada, la decepción, la intención de impulsar algo diferente en los niños o incluso el desconocimiento de que exista otra forma, son algunos de los factores que pueden llevar a muchos adultos a recurrir a la violencia física para alcanzar ese crecimiento, para generar un cambio en los niños, y aunque puede tener un fondo bien intencionado, cabe evaluar los efectos adversos que pueden generar a largo plazo por intentar que aparezca una conducta deseable inmediatamente o, por el contrario, intentar eliminar una conducta indeseable de manera rápida a base del maltrato físico.
Escuchar y principalmente trabajar con niños y adultos que han sido disciplinados a base de golpes, me ha llevado a cuestionar su efectividad como método, ya que si bien es posible observar cambios en la conducta «inmediatos», también se pueden observar heridas que detonan en otro momento del crecimiento, generando malestar emocional. No hablamos de heridas corporales, aunque en algunos casos pueden incluirse; los efectos emocionales tienen gran manifestación con el pasar de los años, aunque sea difícil reconocerlo cuando se tiene tan normalizado el maltrato.
Cada situación tejerá una problemática única, pero la inseguridad, la baja autoestima, la desconfianza e incluso una conducta violenta ante los demás o hacia uno mismo, son manifestaciones que pueden tener nexo con experiencias de maltrato físico y aunque para algunos sujetos no será fácil detectar que efectivamente algo pasó, que algo se sintió en ese momento y que ese golpe «constructivo» dejó huellas en la mente, ese acercamiento abrupto y violento del otro que buscaba un bien se presentará y representará en sus formas de relacionarse con los demás.
Por ese motivo, me parece importante que cuando un golpe aparezca sin la intención consciente de hacer daño, uno puede preguntarse: ¿Por qué lo golpeé? ¿Por qué la palabra no me bastó?; ¿En dónde se derramó la gota que dificultó el diálogo y la tolerancia?; ¿Realmente no había otra forma?; lo beneficio, pero ¿cómo lo perjudico?; ¿cómo se puede evitar una repetición de mi estado?
Los límites son parte fundamental del desarrollo y por ello, la disciplina lo es también. Disciplinar puede significar modificar, estructurar, limitar, etc., y podemos apostar por una disciplina desde el amor, desde la ternura y el cuidado, con tolerancia y respeto. Para que un niño aprenda a discernir y con ello crecer, los adultos necesitamos donar ese entendimiento lógico social en el que el niño aún no se encuentra facultado completamente para comprender. Acompañar puede ser duro y muchas veces muy cansado, pero vale la pena intentar acercamientos diferentes, que guiar, criar o sostener no signifique amedrentar el espíritu de nadie.
Lic. Yeneiri Alonso Psicoterapeuta de PSIPRE https://www.facebook.com/Psic%C3%B3loga-Yeneiri-Alonso-104152834399448