Mis amistades me escuchan, puedo contarles sobre muchas cosas, casi siempre me dan por mi lado, están más relajados, no son tan difíciles con las horas, nos podemos ver en diferentes lugares y sobre todo, no me cobran por hablar. Entonces ¿para qué sigo yendo a un psicoanálisis con una persona de la cual conozco prácticamente nada, en una hora en particular, que pone me cuestiona sobre mis palabras y actos, siempre en el mismo lugar y aparte me cobra?
Aunque la respuesta más obvia podría parecer por masoquismo, en realidad cuando se llega a un espacio terapéutico, regularmente es por algún tipo de sufrimiento. Entonces no es por falta de malestar en nuestras vidas.
Ya sabemos que no es lo mismo una amistad que un psicoanalista, las razones pueden sobrar y tampoco trato de decir que una cosa es mejor que otra, porque aquí no entra la cuestión cuantitativa. Simplemente son diferentes funciones para las cuales sirven. Pero eso no responde la pregunta anterior. El para qué, está en el tipo de relación que se forma. La relación terapéutica, a diferencia de la amistad, es una relación asimétrica, es decir, ambos componentes de la dupla se diferencian perfectamente en sus herramientas, funciones y en quién incide en quién.
En esta relación es necesario que solo uno de los dos hable de su vida, que uno escuche y el otro hable y que la búsqueda del bienestar sea en el paciente. Alguien podrá decir: “¡pero Diego, a mis amigos yo siempre los escucho, los apoyo y busco que estén bien!”. Y qué bueno que así sea, pero en una amistad esos roles cambian constantemente (y si no cambian me detendría a pensar si no están abusando de mi confianza). En una relación terapéutica los roles son permanentes.
Otra diferencia que hace asimetría es el conocimiento que se tiene. Es esperado e indispensable que el profesional sea quien tenga el saber y también la figura donde recaiga el saber, al menos el teórico y experiencial de la terapéutica que ofrece. Esto no quiere decir que el paciente no sepa nada. ¡Claro que sabe!, pero aún no sabe que sabe. Entonces el psicoanalista tiene las herramientas que adquirió por el estudio, como por la experiencia propia de psicoanálisis, y el paciente su historia, sus síntomas, sus asociaciones, en fin, la materia prima. La transformación de esa materia prima puede resultar en que el paciente sepa más de él o ella misma.
Y si estiro un poco más, en algún momento de la relación, el paciente podrá también construir sus propias preguntas, escucharse de otra manera y tratar de encontrar respuestas. Por así decirlo, una parte de su psicoanalista vive ahora dentro y ya no necesitará visitarlo con esa misma frecuencia.
La relación sí es diferente a cualquier otra y necesita serlo. Aunque el psicoanalista también tenga amigos, nunca dispondrá de esas herramientas para analizarlos. De ser así, tal vez no sea tan buen psicoanalista ni buen amigo.