Imagínate que se te ocurra enterrar un ser vivo. Sí, enterrar un ser vivo porque ya no quieres tenerlo cerca, porque te duele tenerlo a tu lado. Entonces decides enterrarlo vivo. Pasa el tiempo (no sabemos cuánto puede ser) y no pasa nada.
Pero un día, sin esperar, sientes que algo golpea la tierra desde abajo, una grieta se abre y algo se asoma por esa abertura. Puede estar tan desfigurado por el tiempo que no llegas a reconocerlo, sólo sabes que es algo desagradable. Eso que reaparece, es lo que habías enterrado vivo, que como en película de terror, no murió del todo, pero tampoco es lo que antes era, es en parte irreconocible. Y ahora que “eso” regresa, nos parece más desagradable, molesto e incómodo. Imagina que eso que enterraste vivo y que ahora regresa como muerto viviente lo has hecho varias veces, y que varios son los zombies que regresan en diferentes momentos y formas.
Ahora imagina que en lugar de seres vivos, lo que entierras son momentos, vivencias, duelos, dolores, viejos amores, palabras, recuerdos. Si sólo enterramos por querer “olvidar” sin resolver, eso que dejamos atrás, puede volver para recordarnos que aún es parte de nosotros.
Lic. Diego García
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