Hoy en día donde
consideramos y reconocemos a los niños con una capacidad de sabiduría muy
despierta, nos resulta difícil encontrar la forma equilibrada y no dañina, pero
a la vez contenedora, de establecer los límites sanos y necesarios.
¿Cómo hacer para decir “No”, y no ser autoritario?, ¿Cómo hacer para darnos
cuenta de que estamos siendo justos o injustos?, ¿Cómo poner un límite sin
reprimir ni dañar su psique, su potencial, su naturaleza infantil?
Esta es una búsqueda muy sana que habla de una consideración verdadera hacia el
ser, hacia el infante, pero muchas veces, encontramos que por no querer dañar
hacemos daño.
En esta necesidad de respetar al niño a menudo dejamos escapar por ahí nuestra
responsabilidad de adultos, responsabilidad que debemos ejercer. Debemos
aprender adecidir.
He escuchado conversaciones de adultos con niños, donde los adultos decían:
“Quieres o no quieres”, “vamos o no vamos”, “esto o lo otro”, “qué quieres
hacer”. Conozco y comprendo la apertura, la búsqueda y el cuidado que se quiere
generar en este diálogo.
Cuando ayudamos a los niños a saber decidir, los ayudamos a ser libres y
capaces de enfrentar y resolver los dilemas de la vida. Esto es muy admirable,
valioso y necesario para su desarrollo. Habrá momentos en que esta forma de
educar será acorde y justa. Sin embargo, habrá otros momentos en los que
realmente el niño necesitará que lo ayudemos, que decidamos nosotros. En estos
momentos el niño necesitará que digamos: “Ahora es esto, después lo otro”.
“Ahora aquí y después allá”. En ocasiones ciertas decisiones son demasiado
grandes para ellos.
Los niños tienen una gran sabiduría, tienen un gran potencial, pero también son
niños guiados a veces por sus deseos incontrolables y desconocidos, y desde
allí no pueden decidir, no saben cómo hacerlo aún. Por eso nos necesitan, por
eso necesitan nuestra guía y nuestra sabiduría.
Pero atención, no estamos hablando de no escuchar lo que necesita el niño, ni
de ser autoritario. Hablo de aquellos momentos en que claramente el niño
necesita nuestra guía y nosotros le pasamos la responsabilidad de que se guíe
por sí solo.
Por no saber cómo resolverlo, dejamos que el niño lo resuelva. Que él decida
intuitivamente y se guíe a sí mismo. Habrá veces que el niño sabrá
claramente lo que quiere y es ahí donde hay que saber escucharlo y dejar que se
guíe por su propia sabiduría y entendimiento; pero habrá otras veces que simplemente
serán niños, y agradecerán si los ayudamos. Agradecerán que les digamos: “Ahora
a dormir”, “Es hora de irse”, “Es hora de hacer esto o aquello”.
Proporcionar esta guía a nuestros hijos, también proporcionamos amor sano. De
esa forma aprenderán a cuidarse por sí mismos, cuando como padres con las
acciones les hayamos enseñado.