La Transferencia
En alguna ocasión, una paciente me preguntaba si el espacio del consultorio era realmente confiable. Tras un tiempo de tratamiento, cuestionaba si realmente podía expresar todo lo que pasara por su mente, pues tenía miedo de que yo pudiese regañarla por aquello que dijera. Al preguntarle qué le llevaba a ese cuestionamiento, ella comienza a relatar cómo en repetidas ocasiones, al expresar lo que siente o al experimentar determinadas vivencias y comunicarlas a sus padres, ellos solían regañarla, por lo que prefiere no hablar de lo que pasa con ella. Este es un ejemplo de cómo debido a situaciones de su pasado, depositaba esta desconfianza en su espacio terapéutico a través de lo que ella siente y piensa de sus vínculos con personas significativas en su vida.
Es inevitable que como seres humanos nos expresemos de cierta forma y generemos algo en el otro que nos responde desde su propio mundo interno, y así vamos por la vida: en un intercambio continuo entre nosotros mismos y el otro.
Cuando hay un proceso de psicoterapia psicoanalítica, siempre existe un vínculo entre el paciente y el analista, de hecho, se espera que este vínculo pueda desarrollarse para poder trabajar en él. Esto se llama transferencia, es decir, todos aquellos afectos que emanan del paciente y se ponen en su psicoterapeuta. A su vez, el analista sentirá estos afectos, y el trabajo de este será acompañar al paciente a analizarlos para poder hablar de ellos y comenzar a preguntarnos, ¿por qué será que sentimos lo que sentimos? ¿por qué pensamos lo que pensamos? ¿por qué hacemos lo que hacemos?
Desde el punto de vista de Sigmund Freud (1912), en los inicios del psicoanálisis, la transferencia se concibe como una resistencia, como algo que se encuentra en medio del analista y el paciente, casi como un obstáculo a vencer para llegar al meollo del asunto; sin embargo, tiempo después, da cuenta de que no necesariamente será solo una resistencia, sino un vehículo para conocer al paciente, para trabajar en el análisis. Autores que continuaron por esta línea después de Freud, como Donald Winnicott (1960), hablan acerca de la transferencia como un fenómeno que pasa de manera inevitable y que, más que un obstáculo, se puede utilizar en el trabajo terapéutico, es decir, el analista recibe aquello que el paciente tiene para depositar afectivamente, pero lo utiliza para trabajar terapéuticamente, esto es lo que lo diferencia de cualquier otro vínculo en el mundo fuera del consultorio: el analista va a escuchar y percibir, pero no va a actuar desde lo que se siente, sino que permitirá que los afectos puedan ser sentidos, pensados, que haya un cuestionamiento de ellos, y que eso lleve a posiblemente, darse cuenta de algo desconocido hasta el momento.
Ilustremos lo anterior con un ejemplo: ¿Qué pasaría si un muy querido amigo llegase molesto por algún motivo y nos hablara de mala manera? Si además estamos teniendo un mal día, seguramente nuestra primera reacción sería molestarnos también y responder desde esta molestia que se ha generado. En cambio, en el consultorio, si un paciente llega molesto y habla de mala manera al analista, este último percibirá ese enojo, pero lo señalará o cuestionará para que el mismo paciente pueda entender qué está pasando y acompañar ese proceso.
Esta última línea que describo es con la que suelo trabajar, tratando de percibir la relación que ocurre entre el paciente y el analista, ya que dependiendo de cada historia, cada serie única de vivencias, las personas viven un presente que se cimenta en el pasado. Mi función, entonces, será la de acompañar para que el paciente pueda comenzar a cuestionarse qué del allá y entonces se está despertando en el aquí y ahora.
Esto es lo que permite, retomando el ejemplo mencionado al inicio, que la paciente pueda sentir su desconfianza, pensarla, cuestionar de dónde viene y hablar de las situaciones del pasado que se despiertan en el presente y que no solo se vive con sus padres o en el consultorio, sino con las personas que le rodean, creando dificultades en sus vínculos afectivos. Dar cuenta de todo esto lleva su tiempo, pero con un trabajo continuo se llega a un mayor conocimiento de uno mismo, lo cual permite, de ser posible y si así se desea, romper con esto que se repite y crear algo diferente.
Táeko Jiménez Fernández, Psicoterapeuta Psicoanalítica
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