Eso que vivo que no sé qué es, pero me duele

Hay sensaciones que a veces no sabemos cómo nombrar, sin embargo puede resultar más fácil describirlas, por ejemplo: Imaginar estar en un ambiente neblinoso, oscuro, lúgubre, o la sensación de estar en un laberinto sin final, buscando ansiosamente la salida, con la esperanza que, al dar la vuelta estará la luz, esa luz que nos mostrará otro panorama distinto al que ya no deseamos ver, ni vivir, ni soportar. Esos escenarios (y muchos otros más) son vividos y experimentados por las personas que pasan por momentos difíciles, momentos vulnerables y de crisis.

Recurrentemente, en consulta vemos algunos pacientes que quieren ignorar esas sensaciones incomprensibles que experimentan, intentando “taparlas” ya sea con exceso de actividades, trabajo extenuante, adicciones, vicios y un largo etcétera, o simplemente queriéndolas ignorar, aunque una y otra vez vuelven a la mente a rondar y rumiar cual hámster en su bola ejercitadora.

Y claro, no es fácil; ¿quién quiere aceptar que la está pasando mal? ¿quién quiere ser aquél o aquélla que siempre se le ve triste, inestable o desequilibrado? ¿quién entenderá esas pequeñas manifestaciones de “locura” incomprensibles que se viven en los momentos más vulnerables? A veces ni uno mismo lo soporta. El miedo a asumirse “enfermos, locos o desequilibrados” y muchos otros adjetivos intolerables, les hace mantenerse en esa orilla segura pero incómoda y dolorosa. Tratando de aprender a vivir con “eso” como si fuese la única opción, muchas veces manteniendo la esperanza en aquella frase popular “el tiempo lo cura todo”, jugando un poco con esa frase a veces resulta lo contrario y dejando pasar “el tiempo locura todo”, o sea, empeora el asunto, se complica el conflicto emocional, se agrava esa sensación abrumando la existencia.

En los espacios terapéuticos se les da lugar a esas sensaciones, a veces tan difícil de explicar pero muy fácil de experimentar en el acontecer de las personas. Enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros propios miedos y prejuicios, nos dará esa verdadera luz que se encuentra al final del túnel. Ya lo decía Fernando Pessoa con palabras más bellas: “Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos.”

Construir y reconstruirse, para no ser el mismo, para ser otro, en sí.

Lic. Brenda Martínez

lic_brenda@psicologosmonterrey.com.mx

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