Cuando las defensas se ponen en nuestra contra

Dentro del hablar psicológico general, es muy común escuchar hablar de términos como “resistencias”, “defensas” o “mecanismos de defensa”. Sin embargo, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “nuestras propias defensas psicológicas”?

De acuerdo al Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (2004), las defensas psicológicas pueden ser definidas cómo el “conjunto de operaciones cuya finalidad consiste en reducir o suprimir toda modificación susceptible de poner en peligro la integridad y la constancia del individuo biopsicológico”.

Algo muy importante a tener en cuenta en esta definición, es el señalamiento de que el conjunto de defensas psicológicas tiene por objetivo “reducir o suprimir toda modificación susceptible de poner en peligro la integridad” (Laplanche y Pontalis, 2004). Pudiéramos decir entonces, que nuestras defensas psicológicas tienen la misión de protegernos, de cuidarnos de aquellas situaciones que son percibidas como peligrosas o dañinas para nuestra persona.

Imaginemos un fuerte, rodeado de soldados armados y listos para seguir las indicaciones de su general, todo un pelotón dispuesto a dar la vida para proteger nuestras emociones, estabilidad y seguridad. Sin embargo, pudiéramos preguntarnos, ¿quién le da las indicaciones a dicho general? O peor aún, ¿Qué sucedería si las acciones ejecutadas por dichos soldados (que en teoría son para protegernos) terminarán haciéndonos más daño?

En nuestro día a día, podemos percatarnos de las acciones de estos “soldaditos” en todo momento, cómo cuando intentamos “entender racionalmente” las indicaciones de nuestro jefe, aunque en el fondo estas no nos agraden del todo o, cómo cuando “intentamos sacar” todo el enojo contenido después de una discusión con la pareja a través de esforzarnos mucho en la clase de crossfit.

Pero, ¿qué sucede cuando estas defensas (las acciones ejecutadas por estos soldaditos) no son suficientes para aliviar o aminorar nuestro malestar? O peor aún, cuándo las defensas utilizadas nos generan consecuencias que, lejos de ayudarnos, empeoran nuestra situación.

Tomando de referencia los ejemplos anteriores, imaginemos que estamos en una junta laboral y que no estamos de acuerdo con la propuesta que sugiere nuestro jefe, inclusive sabemos que, si dicha propuesta se lleva a cabo, nos puede generar fuertes conflictos laborales futuros; sin embargo, cuando en la junta nos piden nuestra opinión, sentimos que no podemos expresarla “como si la garganta se nos cerrará de pronto y no pudiéramos emitir ninguna palabra de lo que estamos pensando”; y entonces, volvemos a “intentar entender (o justificar) racionalmente” la propuesta de nuestro jefe, aunque en el fondo sabemos que ésta no traerá nada bueno.

¿Qué sucedió en este ejemplo? Porqué si el objetivo de mis defensas es protegerme; a qué se debió que no pudiera hablar cuando más lo necesitaba, sobre todo porque, de haber hablado, hubiera podido protegerme de resultados laborales desfavorables. Es decir, pareciera que a veces mi cuerpo respondiera de manera diferente (“cerrándose la garganta”) a las emociones o intenciones que traigo en mente (“querer exponer por qué la propuesta laboral descrita no es conveniente”).

En esta metáfora de ver a nuestras defensas psicológicas como un batallón de soldaditos, es importante no olvidarnos de un personaje clave… “el general” que da las indicaciones al batallón. Pero, ¿quién es este general?, este “general” pudiera ser entendido como el conjunto de nuestros aprendizajes, creencias y experiencias que, con el paso de la vida, han ido estructurando nuestra manera de percibir el mundo; es decir, nuestra manera de ver, evaluar, y posteriormente relacionarnos, con nuestro entorno.

Siguiendo con la metáfora, podríamos reflexionar si nuestros aprendizajes y creencias nos estarán demandando, a través de estas “fallas” en las defensas, una revisión o inclusive, un cambio. Es decir, si será que “ese general” necesita ponerse un poco en pausa para revisar las indicaciones que, posiblemente, ha seguido sin cuestionar por muchos años, y que tal vez, en este momento de la vida, es necesario cambiarlas.

Aunque en ocasiones los resultados de nuestras defensas psicológicas no sean del todo como esperábamos, es importante que no olvidemos que la función de estas es protegernos del peligro percibido; por lo que, si estas no están “funcionando del todo bien”, esta situación en sí misma, puede ser una señal muy importante de la necesidad de darnos una pausa, y reflexionar sobre nuestra manera de entender y vincularnos con el mundo. Pues no olvidemos que, si bien nuestras experiencias y aprendizajes consolidan las bases de nuestra persona; éstas también necesitan evolucionar a la par de cómo nosotros crecemos en la vida; vida que en sí misma, está conformada por evolución y cambios constantes.

 

Referencias

Laplanche, J y Pontalis, J. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidos.

 

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Patricia Mendoza

Patricia Mendoza

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