El artículo explora la ansiedad de los padres ante la adolescencia, enfocándose en la importancia de un acompañamiento emocional positivo para guiar a los adolescentes hacia la adultez.

¿Por qué a los adultos les asusta tanto la adolescencia?

¿Por qué a los adultos les asusta tanto la adolescencia?

Una reflexión hacia las crisis parentales de hoy.

Hace algún tiempo, me generaba curiosidad esta pregunta: ¿por qué recibo en consulta a padres temerosos por la adolescencia que se avecina en sus hijos? Esta duda se acentuaba con fuerza en aquellas ocasiones en las que, al conocer más detalles, el problema no era el chico o la chica, sino el temor que despertaba la etapa o futura etapa de estos. Sin duda, se ha vuelto muy común para los psicólogos recibir a padres angustiados por la etapa adolescente de sus hijos. Incluso muchas veces, los mismos psicólogos difundimos que la adolescencia es un periodo complicado para las familias y afirmamos que se requiere atención y acompañamiento emocional, pues el adolescente comienza a mostrar comportamientos que no se habían visto anteriormente o al menos con la fuerza que ahora se manifiesta. Definitivamente, no puedo desmentir esta última cuestión, pues es verdad que los niños y niñas alrededor de los 12-13 años comienzan a tener una serie de cambios físicos, psicológicos y sociales, y tendrán la ardua tarea de reconstruir una identidad que se mantendrá más estable los años siguientes al finalizar la adolescencia.

Pero, ¿qué pasa con nuestros adolescentes de hoy, y sobre todo, qué pasa con los papás que se sienten tan faltos de herramientas para comprenderlos y acompañarlos en esa transición de niños hacia la adultez llamada adolescencia?

¿Se han percatado de cómo narramos a nuestros adolescentes?

En muy pocas ocasiones escucho que los adolescentes son tenaces, con ideales claros por perseguir, decididos o al menos firmes a sus construcciones de pensamiento. Muchas veces no se les toma en serio cuando logran hacerlo y, por el contrario, los denominamos frágiles, perdidos, confundidos, incapaces de atravesar duelos, aislados de unos a otros, cada vez más propensos a caer en una adicción o en el consumo de drogas, encerrados en la virtualidad, sin amigos o con malas amistades, etc.

¿Será por esta razón que a los adultos les asusta tanto la adolescencia, temen por sus futuros y su bienestar?

Es algo que no dudo, sin embargo, tomando en consideración una de las herencias que me ha dejado el psicoanálisis, invito a profundizar en la complejidad. Es decir, ¿dónde situar la crisis parental que se vive cuando un adolescente confronta a sus padres consigo mismos y con aquello que deseaban para ese o esa chica?

Cuando me adentro en la vida de cada joven, expuesto a las «mismas condiciones sociales y culturales», descubro que ninguno es igual a otro, ninguna familia es igual a la otra y, por supuesto, ningún padre o madre son iguales a otros. Pareciera que lo que mayormente comparten es el temor por el devenir del adulto en potencia que es su adolescente. Por tanto, se ha vuelto una propuesta a recorrer con cada familia, el cuestionar y tratar de trazar en la conciencia respuestas que solo en lo inconsciente podríamos encontrar.

¿Será que la percepción de los adultos hacia los adolescentes no les da otras salidas?

Porque es verdad que las cosas que uno puede ir logrando a partir de sus identificaciones responden a la posibilidad de que otro pueda creer en nosotros. ¿Será que no pueden los adultos dar esos saltos de fe que les permitan a los jóvenes sostenerse de un otro responsable que los contenga sin condicionar el amor hacia ellos? ¿Será que se proyecta más la propia adolescencia en ellos que realmente mirar su etapa individual y singular? Porque es indiscutible que uno desea a partir de su propia historia, piensa por lo que idea y teme aquello que le asustó, se cuida de sus descuidos y se protege de lo que una vez le hizo daño. Es decir, somos, pensamos y sentimos solo a partir de la propia y singular experiencia de vivir.

¿Será que, como padres, somos incapaces de vernos frente a frente, adulto a adulto porque simplemente no es el adulto que esperábamos que fuera?

Porque muchas veces, para ver a alguien maduro, primero le pedimos muestras de madurez, sin reconocer pequeños logros que reflejan en una persona la capacidad y la potencia de transformarse. ¿Porque cómo negar que la sociedad contemporánea nos vende la idea de pedir garantía de todo, hasta de lo incomprobable?

¿Qué le dieron a esos niños que ahora son adolescentes y que los perciben perdidos en la vida?

Porque en ocasiones, ese temor se sostiene más en la culpa, al sentir, inconscientemente, que no se les ha podido donar lo suficiente cuando niños para que elaboren una adolescencia completa, con fallas y aciertos, con duelos y ganancias. ¿Será que nos vemos incapaces de limitar porque cada vez estamos más ausentes, demandados por el éxito, el progreso y la economía?, divididos entre el deseo de pertenecer al primer mundo capitalista y el deseo de solo ejercer una paternidad y maternidad tranquila y cercana.

¿Será que la propia crisis parental no nos deja acompañar al adolescente hacia su propio camino?

Desde mi experiencia y clínica, acompañar a un adolescente a trazar su propio camino nos exige hacernos cargo de nuestros propios actos, de nuestras preguntas y miedos, de nuestras propias exigencias e ideales, de nuestra historia jugada con ese adolescente que tendremos que ver equivocarse y tolerar el dolor que produce que se rompa una expectativa construida por años. La tarea más complicada de la paternidad es dejar ir a un hijo, y un adolescente es en carne viva el gran salto que ambos tenemos que dar, ese momento en el que en el camino se avecina una bifurcación sin retorno, pero con nuevos encuentros si se lograra.

Yeneiri Alonso Reyes
Psicoterapeuta en Psipre San Nicolas
yeneisialonso@psipre.com
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