¿Nuestros seres queridos se mueren?

Todos sabemos la respuesta y, justo ahí, cuando nos enfrentamos a la muerte de un ser querido todo parece perder sentido: las discusiones, las demandas afectivas, los rencores, y demás; en ese momento es cuando empieza a pesar las palabras no dichas, el tiempo no compartido, las decisiones que nos alejaron de ellos. De todas formas es imposible pensar en una vida sin conflictos con ellos, es parte del afecto. Sin embargo, existen relaciones en donde los conflictos han tomado todo el protagonismo:

 

– Hermanos que han dejado de hablarse y no recuerdan por qué.

– Hijos reclamando eternamente a los padres por lo hecho y no hecho.

– Padres que no logran aceptar condiciones de sus hijos.

– Parejas que comparten la vida sólo para reclamarse y abrir una y otra vez viejas heridas.

– Hijos que se han distanciado en exceso de sus padres, física y emocionalmente, y no se han dando el tiempo de analizar cuánto esto puede costarles más adelante.

– Inclusive amistades fuertes, que le dejaron “al tiempo” la decisión de si continuar con la relación.

 

Esta reflexión normalmente es difícil, porque implica pensar en algo que creemos que no pasará, que es la muerte; gracias a la idea fantasiosa de inmortalidad actuamos y no actuamos de diversas formas.

 

No obstante, como no podemos evitar los conflictos con las personas que queremos, debemos encontrar una alternativa, y ésta puede ser el intentar que los malos ratos no sean los que dominan la relación; no dejes el tiempo te sorprenda.

Lic. Florencia Bevilacqua

lic_florencia@psicologosmonterrey.com.mx

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