Aquello de lo que no hablamos.

¿Qué se nos revela en un análisis?

En la película “La aldea” (2004) se nos presenta un proyecto utópico que consiste en un pequeño grupo de habitantes de una villa ubicada al interior de un bosque alejada de la civilización, en la que se pretende que no exista la violencia ni las acciones que irrumpan la armonía en la convivencia y reglas que la sostienen.

Este plan suena muy bien, pero ¿Cómo es que se controla a la gente?, ¿Cómo impiden que los niños y jóvenes modulen su curiosidad de internarse en el bosque para explorar? ¿Cómo se logra que nada salga y nada entre? Para esto, se crea la historia de unos seres extraños, de los cuales no se conoce origen, ni destino, o el por qué están ahí, pero lo que sí se sabe y con gran certeza es que existen, y visitan a los habitantes de vez en cuando para reafirmarlo, advirtiendo que no se deben adentrar en el bosque o algo malo les pasará, al igual que a los pobres corderitos desollados que dejan en las entradas de las casas o tirados por ahí.

“Aquellos de los que no hablamos” (Those we don’t speak of”) así se refieren los aldeanos a esos seres cada vez que se les menciona, algo irónico al decir “aquellos de los que no hablamos” cuando en realidad se está hablando de ellos, tal vez se les mencione así porque aunque se sepa que existen, es algo que provoca terror, incertidumbre y sobre todo porque esta leyenda “frena” todo impulso destinado a explorar más allá de los límites de la aldea; esta historia fomenta la idea de mantener las cosas como están, de cuidar los detalles que puedan ocasionar la molestia de estas criaturas porque, entonces, verdaderamente se conocerían los alcances de su mal carácter y formas de castigo.

En algún momento de la película sucede que una de sus habitantes decide ir a la ciudad más cercana por medicamentos para el hombre que ama, el cual está al borde de la muerte. Esto causa cierto revuelo entre los adultos que controlan la aldea, ya que, si ella sale, conocería lo que hay fuera o bien, los que están fuera podrían entrar. Pero uno de ellos, el padre de la chica, decide contarle el secreto que existe detrás de la historia de “Aquellos de los que no hablamos”: esas criaturas siniestras no existen como tal, sino que son unos cuantos disfraces que los dirigentes del lugar elaboraron y utilizan para aterrorizar a los demás habitantes y así poder revivir la leyenda por las noches, cada vez que sea necesario mantener el orden, y lo que se conoce tal y como está. 

Este ideal pone a pensar en qué tanto cada uno de nosotros tratamos también de construir y mantener un estado emocional y psicológico que no sea alterado, que lo que ya conocemos, sea mantenido a toda costa, aun cuando sabemos que dentro de nosotros hay cosas y vivencias de las que nos da miedo, pena, coraje o tristeza hablar o enfrentar, y cada vez que llega a la mente algo de esto, muy probablemente lo que tratemos de hacer sea huir y escondernos de alguna forma, aunque sepamos que está ahí, acechándonos, y solo esperamos a calmarnos hasta que esos recuerdos se vuelvan a alejar.

“Aquello de lo que no hablamos” contribuye a mantener esta forma de vida: la relación que tenemos con las cosas, situaciones y personas que nos hacen daño, con las mismas maneras de actuar y los mismos mecanismos para defendernos (o no defendernos).

 Generalmente cuando acudimos a psicoterapia es porque ha pasado algo con ese “orden” en el cual ya no sentimos tener cierto control, tal cual como les sucedió a los dirigentes de La aldea, entonces ya no se sabe a qué recurrir y cómo actuar, porque está en peligro ese estado emocional (aunque no siempre placentero o saludable) se ve en peligro de ser modificado o ya se ha modificado.

El proceso psicoanalítico apunta a que cada uno de nosotros podamos descubrir cómo hemos disfrazado las experiencias displacenteras con ideologías, con acciones, hábitos, entre otras formas. Situaciones que fueron o son difíciles de entender, de aceptar y de solucionar, pero que cada vez que vienen a nuestra mente, nos recuerdan que hay que huir de ellas y escondernos, porque no sabemos qué alcances tienen. Es decir, en el consultorio nos enfrentamos con nosotros mismos y con la responsabilidad que tenemos en lo que nos ocurre o lo que no nos ocurre, lo que acontece es una revelación como cuando a la chica le confiesan que no hay tal monstruo si no otra persona más detrás de esa cara espantosa.

Una vez que descubrimos que esas leyendas y cuentos que alguna vez nos contaron (o nos contamos) sobre nosotros mismos y el mundo, nos los creímos, y es con lo que en gran parte regimos nuestra vida, y al enterarnos de ello, podemos ser más libres y responsables de nosotros mismos, por ende, sentirnos más preparados para salir a ver lo que hay más allá de lo que conocemos y nos hace daño.

Menciona Freud en uno de sus textos sobre el paciente en el consultorio respecto a su padecimiento/enfermedad: “Ya no tiene permitido considerarla algo despreciable; más bien será un digno oponente, un fragmento de su ser que se nutre de buenos motivos y del que deberá espigar algo valioso para su vida posterior” (p. 154, tomo XII).

Dato curioso: en la historia la chica quiere salir de la aldea por una cuestión de amor, el amor es lo que nos motiva a movernos.

El psicoanálisis nos da la oportunidad de tomar más control de nuestra vida, porque nos ayuda engañarnos menos y actuar mejor.

 

Psic. Nayeli Oviedo

nayelioviedo@psicologosmonterrey.com.mx

https://www.facebook.com/nayeli.oviedo.94

Nayeli Oviedo

Nayeli Oviedo

Entradas Relacionadas